Los aceites esenciales son líquidos aromáticos volátiles de color variable y de aspecto fluido o espeso. Son segregados por células especiales de las plantas que se encuentran en las flores (ylang ylang, lavanda), las hojas (albahaca, menta piperita), las raíces (vetiver, jengibre, valeriana), la madera (sándalo blanco, cedro) o las semillas (zanahoria, anís verde, cilantro). Las plantas utilizan los aceites esenciales como mensajeros químicos para interactuar con su entorno. Previenen y alejan parásitos y enfermedades y protegen a las plantas frente a los rayos del sol. También juegan un papel esencial en la reproducción y en la dispersión de las semillas, ya que con su aroma atraen a los polinizadores y otras especies animales. Descubre más en este post de Introducción a los Aceites Esenciales.
Las plantas han estado siempre íntimamente ligadas al bienestar físico, emocional y espiritual de la humanidad. Han sido utilizados en los rituales religiosos y en el tratamiento de enfermedades. Han tenido múltiples usos: para matar bacterias, virus, hongos y para combatir plagas y picaduras de animales. Los egipcios fueron maestros en el uso de aceites esenciales y se les atribuye el descubrimiento del poder de las fragancias. La Biblia contiene referencias a productos aromáticos, ungüentos e incienso para la unción y la curación de los enfermos. La reintroducción de los aceites esenciales en la medicina moderna se inició a finales del siglo XIX y principios del siglo XX y sigue siendo objeto de estudio hasta hoy día. De hecho, muchos medicamentos de la industria farmacéutica se basan en compuestos naturales de las plantas.
Los aceites esenciales son sustancias muy complejas y están compuestos por cientos de compuestos químicos diferentes.
El poder de un aceite esencial reside en sus constituyentes y su sinergia. Cada aceite está compuesto por cientos de bioconstituyentes diferentes, lo que los hacen muy diferentes en sus efectos. Incluso un aceite esencial procedente de la misma especie de planta puede tener muy diferentes acciones terapéuticas dependiendo de su composición química. Y esto varía en función del ambiente de crecimiento de la planta; pH y contenido mineral del suelo, lluvias, temperatura, radiación solar…
La estructura soluble en lípidos de los aceites esenciales es muy parecida a la estructura de nuestras membranas celulares. Esto, junto con su pequeño tamaño, hace que puedan penetrar fácilmente en nuestras células. Un aceite aplicado tópicamente puede viajar por la sangre a través del cuerpo en pocos minutos.
Los aceites esenciales son altamente concentrados, lo que los convierte en sustancias mucho más potentes que las plantas frescas o secas de los que proceden. Un aceite esencial puede contener un compuesto hasta 10.000 veces más concentrado que su planta de origen. Y es que se requiere una gran cantidad de material vegetal para producir unas gotas de aceite esencial. A modo de ejemplo: 5000 kilos de pétalos de rosa producen 1 kilo de aceite.
¿Qué diferencia un aceite esencial de un aceite vegetal?
Los aceites vegetales, como el de oliva, maíz o cacahuete, son grasos y pueden obstruir los poros. Estos aceites se oxidan, con el tiempo se vuelven rancios y no tienen propiedades antibacterianas. Los aceites esenciales, por el contrario, son antimicrobianos y no se ponen rancios.
Químicamente, los aceites grasos están constituidos por una simple estructura lineal de carbono-hidrógeno, mientras que los aceites esenciales tienen una estructura más compleja. Tienen forma de anillo y contienen otros átomos, como azufre y nitrógeno, que los aceites grasos no tienen.
La forma en la que los aceites esenciales son extraídos determina su química y su acción terapéutica.
Existen diversas técnicas que varían según la parte de la planta que se trata, su fragilidad y sus características botánicas. Solo dos tipos de extracción están autorizados por la Farmacopea Europea:
Prensado en frío. La técnica del prensado en frío se reserva para las cáscaras de los cítricos (limón, lima, naranja). El aceite esencial de los cítricos se encuentra en el pericarpio (bajo la piel del fruto). Para su extracción se utilizan prensas hidráulicas y se separa la pulpa y el aceite esencial en una centrifugadora.
Destilación por vapor de agua. Es la técnica más habitual para obtener aceites esenciales. Consiste en una cuba donde se introducen las plantas. Se hace pasar vapor de agua a través del material vegetal y éste arrastra el aceite esencial en forma de vapor. La mezcla se enfría en un condensador y el aceite esencial, que flota sobre el agua debido a su menor densidad, es drenado en un separador.
La calidad de esta destilación determinará la calidad del aceite esencial final. Por lo general, los aceites obtenidos a partir de la segunda o tercera destilación del mismo material no son tan potentes como los aceites de la primera extracción. Igualmente, obtendremos aceites esenciales de menor calidad si sometemos el material vegetal a temperaturas y presiones demasiado altas. Ya que esto fracciona gran parte de los compuestos químicos presentes en el aceite.
También nos encontramos con la técnica de la extracción mediante solventes. Técnicamente no se obtienen aceites esenciales mediante este proceso, si no que se extraen los “absolutos”, generalmente desde los pétalos de flores.
Debemos estar muy atentos ante los aceites adulterados con compuestos sintéticos. La industria puede diluir los aceites con otras sustancias para aumentar la producción y esto puede acarrear serias consecuencias para la salud de las personas que los utilicen.
Podemos utilizar los aceites esenciales de diferentes modos.
Por inhalación. La llamada “aromaterapia”. El efecto de la fragancia en el sentido del olfato puede ejercer fuertes efectos en el cerebro; especialmente en el sistema límbico (centro de la emociones) y el hipotálamo (centro hormonal). Podemos oler directamente el aceite, poner una gota en un trozo de algodón, o podemos utilizar un difusor de aire frio. El difusor propaga partículas muy finas de los aceites esenciales purificando el aire y perfumando el ambiente.
Por vía cutánea. Los aceites esenciales penetran fácilmente en la epidermis, llegando así a los tejidos. Debemos estar atentos a la sensibilidad de la piel, al aceite que queremos aplicar y a la necesidad o no de diluirlo en un aceite porteador. En el caso de sensibilidad en la piel, debemos aplicar un aceite vegetal base para diluir su concentración y no lavar con agua.
Por vía oral. La cantidad de aceite ingerido varía con los diferentes aceites. Podemos tomarlos en una cápsula o beberlos con un líquido como una leche vegetal o zumo de frutas. Es recomendable beber más agua de lo habitual cuando se ingieren aceites esenciales. Si no estamos lo suficientemente hidratados, las toxinas liberadas pueden recircular provocando malestar (náuseas, dolor de cabeza).
Algunos ejemplos de aplicación:
Si queremos equilibrar el estado de ánimo, concentrarnos en el estudio o ayudar a la respiración, podemos inhalar los aceites esenciales (Menta piperita, Lavanda, Eucalipto). Pero si nuestro objetivo es aliviar una lesión muscular o tensión, en tal caso lo mejor es aplicarlo de manera tópica (Gaulteria para los huesos, Mejorana para los músculos y Yerbalimón para los ligamentos). Si lo que queremos es ayudar a nuestra digestión, podemos ingerir una gotita (Hinojo, Estragón). Muchas veces los tres métodos de aplicación son intercambiables y pueden producir similares efectos.
Conservación
Debemos mantenerlos en un frasco de cristal, preferiblemente opaco, y alejados de la luz y del calor. Nunca tocar la boquilla del frasco, dejar que la gota caiga sobre la palma de la mano o la zona deseada. Los aceites esenciales son frágiles y pueden alterarse si se manipulan incorrectamente.
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– Olga Uclés –
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